Gramsci decía que “la revolución hace a los revolucionarios”. Por supuesto, una frase sacada del contexto correspondiente pierde parte de su sentido, pero si la analizamos dialécticamente (desde luego los revolucionarios resultantes terminan “haciendo” a la revolución), comprendemos que la proposición de Gramsci tiene que ver con el nivel de comprensión de aquellos que, comprometidos con un proceso evolutivo determinado, eligen modificar las condiciones imperantes en su nación.
Efectivamente, cada circunstancia histórica condiciona (si no determina) la acción posible en un momento y lugar. Es tan limitado el pensamiento de aquel que pretende trasplantar esquemáticamente experiencias pasadas y lejanas, como el del otro que las niega y desecha por “obsoletas” o “extranjerizantes”.
Nuestras revoluciones latinoamericanas, con honrosas excepciones, han caído en ambas desviaciones en muchas oportunidades. Desviaciones producidas en parte, por falta de conocimiento de la realidad y de la historia, y en parte por la ansiedad generacional de ver concretarse en el “objetivo del poder” proyectos que, razonablemente (y aquí Cuba es la excepción que confirma la regla), requieren muchas décadas de esfuerzo, sacrificio, luchas, avances y retrocesos.
Los años 70 fueron, en nuestros países, la última oportunidad durante la cual, globalmente, pudimos encarar una modificación profunda del sistema. La realidad indicó que no estábamos preparados. Ninguno de nuestros intentos alcanzó una victoria clara, que perdurara en el tiempo. En algunos casos, el baño de sangre consiguiente provocó en nuestros pueblos un retroceso tan marcado que, aún hoy, estamos pagando sus costos.
Los que en aquellos años pretendimos revolucionar el mundo, debimos comprender –obligados por la realidad- que el principal secreto para una revolución triunfante es interpretar a cada paso, permanentemente, el nivel de conciencia y compromiso del pueblo con un proyecto nacional. El mismo proceso de la revolución es la que construye, a cada instante, a los revolucionarios. Si este (obvio) secreto se pierde de vista, nos convertimos, como decía un viejo conductor de mi país, en “apresurados o retardatarios”.
Si las propuestas van mucho más allá de lo que la mayoría del pueblo logra aceptar/comprender como necesario y conveniente (para ese pueblo/nación) en ese preciso momento de la coyuntura histórica, la vanguardia imprescindible que empuja la revolución se convierte -como le gusta ejemplificar a un amigo-, en “una patrulla perdida”.
Si por el contrario, la mesura y la prudencia ineludibles en todo conductor adquieren proporciones inmoderadas que lo induzcan a la inacción y a la preservación de lo obtenido, el reformismo gana la batalla, y la “revolución inconclusa” es la consecuencia forzosa: no se tocan los resortes reales del poder, ni se accede a otra cosa que no sea “mayor libertad”, “más justicia”, “mejor ingreso”, pero siempre con esos adjetivos comparativos que nos indicarán, sin posibilidad de duda, que lo único que habremos logrado es negociar las condiciones de la derrota.
Son entonces el equilibrio y el conocimiento los aliados necesarios de la revolución. Pero es la acción la que los ubica y revalida en el contexto histórico y territorial. Sin la acción que comprueba los presupuestos, estos “aliados” sólo posibilitan disquisiciones estériles y diletantes, autojustificaciones que permiten disimular la inoperancia o, en el peor de los casos, la cobardía.
Debe reconocerse –con la vergüenza adecuada para nuestra soberbia argentina- que son en esta etapa Venezuela y Bolivia las que están liderando en América Latina el nuevo “momento” de la liberación sudamericana. Miles de militantes de todo el mundo miramos hacia esos países. A la espera algunos, colaborando en la medida de lo posible otros, ninguno indiferente.
Sin embargo, el aporte posible desde la lejanía se limita, -lamentablemente- al análisis que hayamos logrado sintetizar de nuestros fracasos pasados. Al recordatorio “veterano” del que no debe ya ser protagonista, sino acompañante voluntario de compañeros inmersos en otra experiencia, en otra instancia, en otro contexto.
No obstante, aún ese mínimo apoyo, si es aceptado, debería servir. En nuestro propio instante de la historia, nuestra generación modificó, para bien o para mal, el mundo. Y aunque fuimos – como generación- derrotados, no nos han vencido.
Seguimos aquí. Y también allí. En todas las “provincias” de esta Patria Grande Latinoamericana que, aunque a nosotros se nos escapó entre los dedos, tal vez quede –esta vez- aprehendida en los puños de los nuevos compañeros, si entre todos logramos que, como recordaba en el comienzo, la revolución “haga” a los revolucionarios.
Enrique Gil Ibarra
2 comentarios:
Felicidades por tu blog. espacios como este podrían lograr que el rey SE CALLE!, y el emperador y sus lacayos también. Ya quisiera estar en Venezuela para participar en alguno de los procesos sociales .... Acabo de iniciar un blog llamado: "contradiccioneros", un espacio amplio pero comprometido ( al menos eso se pretende). quizás quieras ser tu el primer visitante: Si quieres entra y deja un comentario. url: http://contradiccioneros.blogspot.com
espero seguir visitando tu espacio!
abarazo fraterno y solidario
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